domingo, 29 de noviembre de 2009

Un pequeño gran "nosequé"

Dentro de toda esa melancolía que atraviesa aquél cuerpo, en lo profundo de la sangre, en algún lugar del estómago, duele. Y el dolor a veces se intensifica, a veces se acalla. A veces no existe, a veces pareciera la muerte. Los pensamientos se enrollan, evolucionan, se ramifican, se transforman, se nublan. Ya no hay nada estático, todo cambia. Ningún día es igual al otro. Puede llorar, puede ser feliz. Feliz con un poco de dolor, pero con la total certeza que otro cuerpo vigila su camino y lo acompaña. Eso es lo feliz.
Sin embargo, las nubes disipan la firmeza y lo hacen bailar en una balanza de papel que se desarma con el soplo del viento más pobre. Desdichado cuerpo, no sabe lo que quiere, no sabe esperar, no sabe entender. No quiere entender a esa apelmazada e imponente pared que lo retiene en sus deseos. No quiere creer que lo que necesita le es negado. Pero al mismo tiempo sí lo entiende, lo sabe entender. Lo agarra con sus manos delicadamente y se nutre de esa realidad.
Aunque no todo es nebuloso, hay una pequeña luz que brilla dentro, en el pecho. Aquella luz que lo moviliza todos los días, que lo hace caminar, que lo hace sonreir, llorar. Ese algo que abarca al cuerpo en su totalidad y que cree y espera que no se acabe nunca. Algo que jamás había sentido, pero que simplemente no quisiera dejar de vivir.